por Oscar Hernando*
Contrariamente a la idea imperante en la actualidad, que nos dice que para alcanzar la felicidad debemos centrarnos en lo externo y lograr fama, poder y posesiones materiales, el verdadero bienestar debe comenzar por el trabajo interior, el desarrollo personal.

Hemos sido educados bajo paradigmas que nos hacen enfocar en el mundo exterior y poner nuestra energía casi por completo en la búsqueda de un título, luego de una familia, un auto, una casa, reconocimiento profesional. Y nos olvidamos de lo más importante, la condición necesaria para que todo esto fluya en nuestra vida y podamos establecer las prioridades que realmente tienen que ver con lo más profundo de nosotros: el conocimiento de quiénes somos, cómo somos, y el dominio de nuestros pensamientos y emociones.
El trabajo interior se logra por medio del desarrollo de cuatro áreas: mental, física, emocional y espiritual.
La inteligencia emocional (IE) es una disciplina que nos lleva al autoconocimiento y a la adecuada gestión de los pensamientos y emociones, y potencia a las demás áreas mencionadas. Es por eso que se considera a la IE una meta inteligencia: su presencia hace que se fortalezcan todas nuestras habilidades, y su ausencia, que no podamos llegar a nuestro máximo potencial.
El hecho de que no tengamos control sobre nuestras emociones hace que nos invada una sensación de impotencia, y nos coloca en posición de víctimas de quienes nos rodean o de las circunstancias. Estamos todo el tiempo reaccionando ante lo que nos pasa, en lugar de hacer que las cosas sucedan de la manera más conveniente para nosotros. Vamos como un barco a la deriva, como un hámster que gira sin cesar sobre una ruedita, yendo a ningún lado.
¿Cómo hacemos entonces para salir de esos círculos viciosos que hacen que cada vez estemos más desconformes con el rumbo que va tomando nuestra vida?
La clave está en el desarrollo personal.
Si nos esforzamos por conocemos y trabajamos para trascender nuestras limitaciones y potenciar nuestras virtudes, tomaremos las riendas de nuestras vidas, teniendo una actitud de protagonistas y no de víctimas. Entraremos progresivamente en círculos virtuosos, en los que cada paso será provechoso. Y aún ante un entorno agresivo y con los contratiempos a los que todos nos enfrentamos día a día, tendremos la sensación de que manejamos nuestra vida.
Podemos comenzar por tomar conciencia de que nosotros no dominamos las emociones, sino que por el contrario, las emociones nos dominan. Y esto es así porque nadie nos ha enseñado a gestionarlas. Todos quienes han participado en nuestra formación (educadores, familia, referentes) han hecho lo que pudieron, pero tampoco sabían cómo hacerlo.
El trabajo sobre uno mismo debe ser tomado como lo más importante que haremos de aquí en adelante. Esto no quiere decir que nos va a insumir todo el tiempo, todo el día, sino que principalmente debemos desarrollar la capacidad de prestar atención a lo que nos rodea y a qué está pasando en nosotros a cada instante y, a partir de allí, gestionar las emociones.
La lectura de un libro puede ser un buen comienzo pero nunca será suficiente para realizar cambios profundos y duraderos.
La práctica vivencial diaria es imprescindible para generar nuevos hábitos saludables, en cualquiera de las cuatro áreas mencionadas.