La Inteligencia Emocional (IE) es la capacidad para gestionar las emociones propias y ajenas, esto último por la influencia que ejercemos en los estados anímicos de los demás por medio de la comunicación. La IE es considerada una disciplina amoral por muchos autores, ya que podemos aprender a controlar nuestros impulsos y sentimientos, y aprovechar el poder de contagio de las emociones, a veces para nuestro propio beneficio. La IE nos brinda aptitudes que, como otras (por ejemplo, la fuerza física) se pueden usar para bien propio y de quienes nos rodean, o para abusarnos de los demás. Por ejemplo, los estafadores habilidosos suelen ser muy empáticos: se esfuerzan por conocer a fondo a sus potenciales víctimas, para saber cuáles son sus pensamientos, preferencias, deseos y debilidades, y luego con este conocimiento, se facilitan sus maniobras de manipulación. Lo mismo sucede con un político inescrupuloso, que tiene habilidad para comprender las necesidades de la gente, y la utiliza para hacer campaña, decir lo que la gente quiere escuchar. Luego de ser elegido utiliza su poder e influencias especialmente para realizar negociados, que nada tienen que ver con el bien común.
Sin embargo, hay autores que relacionan a la IE con una concepción fundamentalmente humanista, y enseñan que la forma de alcanzar el propio bienestar está siempre, tarde o temprano, íntimamente ligada al bienestar de todos. Entonces, facilita el logro de los propios objetivos y al mismo tiempo nos convierte en mejores personas, para vivir más armoniosamente con los demás y con el entorno.
Accedemos así a una dimensión espiritual de la IE: un camino que, lejos de hacernos centrar sólo en la individualidad (en la cual es muy fácil perder de vista las necesidades ajenas) nos permite pensar en la trascendencia, en algo más grande que nosotros, que hace que tengamos otra predisposición, nuestras conductas sean más compasivas y nos pongamos naturalmente al servicio de los demás, como algo que hace también a nuestro propio bien.
El trabajo que realizamos con la IE, de todas maneras, debe comenzar por uno mismo. Los pasos son: conocernos, reconocer nuestras limitaciones e ignorancia en estas cuestiones, aceptar lo que somos hoy; trabajar, aprender y practicar para superarnos. En este camino aprendemos a mirar en nuestro interior, al mismo tiempo que percibimos cómo el afuera (estímulos externos: la conducta de los demás, todo lo que pasa en la calle, etc) nos afecta.
La IE también nos conecta con la compasión y con la certeza de que no somos ni más ni menos que cada una de las demás personas, ya que cada uno está en la vida librando sus propias batallas, aunque con distintos niveles de conciencia. Todos buscamos más o menos lo mismo: buscamos, necesitamos ser queridos, aceptados, reconocidos por los demás, y utilizamos distintas estrategias para lograrlo, algunas acertadas, y otras equivocadas. Pero en general no sabemos conectarnos sanamente con la gente. Nos ponemos gruesas corazas para no sufrir, para no ser vulnerados, y esas mismas corazas hacen que perdamos inconscientemente el contacto con nuestra esencia, y nos alejemos de una forma pura y amorosa de relacionarnos con los otros.
Es como si nos preparásemos para sobrevivir, en lugar de para trascender. Y sin querer, caemos en una especie de lucha encarnizada pero “civilizada”, de cuidarnos y cuidar a nuestro núcleo íntimo, sin importarnos el prójimo. Así, la sociedad se puede transformar en un sálvese quien pueda, donde todos se comportan de manera egoísta. Evitarlo depende de cada uno de nosotros.